Máximas mínimas
Maximiliano de Habsburgo
Colección Píldoras Amargas
$100
De un tiempo a esta parte se han venido publicando una serie de libros que presumen recoger los aforismos de autores que jamás estuvieron interesados en seguir los pasos de Hipócrates, Lichtenberg o Chamfort, y he ahí que Benito Juárez o Chesterton —que ni siquiera cometieron el pecado de abusar en su obra de un tono sentencioso— hoy son anunciados como autores de libros en los que el gato de los subrayados —de las citas fuera de contexto—, se hace pasar por la liebre de los aforismos.
Tumbona Ediciones inaugura su colección Píldoras Amargas, dedicada realmente al género del aforismo, con el rescate de las meditaciones del emperador más vilipendiado de México: Maximiliano de Habsburgo.
Nacido en 1832 en el Palacio de Schönbrunn, en las inmediaciones de Viena, Maximiliano fue poeta y marino, naturalista y viajero. Su atracción por el mar lo llevó a conocer el Mediterráneo y el norte de África, Centroamérica y la costa del Brasil. Como emperador de México se ocupó de la reorganización de la Academia de San Carlos, de la fundación de los Museos de Historia Natural y de Arqueología, así como de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura. Heredero del Iluminismo, sus intereses se dirigían hacia actividades intelectuales más que a las propiamente políticas, y a partir de sus escritos es claro que la idea de gobernar lo apasionaba más como un problema para la reflexión que como una realidad cotidiana. La última parte de su libro Recuerdos de mi vida es un apéndice denominado llanamente “aforismos”. El libro disfraza su carácter misceláneo con la pretensión de redactar unas memorias; es tanto un diario de viaje como la bitácora de un naturalista diletante, espacio para el autoexamen así como una pormenorizada reflexión sobre el carácter de los pueblos.
Los aforismos de Maximiliano versan fundamentalmente sobre el buen gobierno, tanto de los pueblos como de la propia persona, e irónicamente despotrican una y otra vez contra el despotismo en todas sus acepciones. La asimilación de los hábitos individuales con las prácticas de las instituciones es una de sus ideas rectoras; las mujeres y la descripción de las pasiones son otros de sus temas recurrentes. Al igual que en las Meditaciones de Marco Aurelio, la evaluación del comportamiento de los gobernantes reaparece una y otra vez, cercada por amonestaciones y consejos; pero a diferencia del emperador romano, que en la estela del estoicismo hubo de asumir su deber como líder de un pueblo y actuar en consecuencia, en Maximiliano parecen haberse impuesto la curiosidad y el espíritu del coleccionista antes que el don de mando. Aforismos (1851-1862)
Maximiliano de Habsburgo
Cada hombre tiene su locura particular y el que no la tuviera no sabría contribuir al movimiento general del mundo.
No es bueno contemplar muy de cerca a los grandes hombres: mientras más nos aproximamos a la luz, mayor es la oscuridad de las sombras, y cuando llegamos a acostumbrarnos a aquélla, acaba por no deslumbrarnos ya.
¿Por qué se alaba de fieles a los perros? Porque se arrastran y se dejan apalear. ¡Y el hombre gusta tanto de hacer sufrir y ver arrastrarse!
En la mesa, entre personas de buena educación, tiene grandes ventajas el último lugar: se come sin ser visto y por las miradas recíprocas de los otros convidados se descubre cuáles son los bocados más grandes y mejores.
El miedo y la ambición son los motores de la rueda del mundo.
Un hombre de edad avanzada que sobrevive a los de su época —y a quien se le considera como un prodigio de longevidad y se le sostiene artificialmente— es un objeto cuya vista desagrada y aflige. Yo lo comparo al último representante de una dentadura destruida, que sobrevive a sus vecinos, que para nada sirve, que es sólo un monumento del pasado y no se le conserva con esmero sino como una especie de memento mori. El anciano y el diente son las piedras miliarias que marcan el camino recorrido y anuncian que está próximo el fin de la jornada.
Existe una gran analogía entre una mujer hermosa y un niño; nos gusta hacerlos impacientar y jugar con ambos.
Los hábitos son puentes que permiten al tiempo marchar con rapidez y sin sacudimientos.
A los hombres grandes se les reconoce por sus enemigos: quien no los tiene, tampoco en compensación tiene amigos.
Las naciones viejas padecen la enfermedad de los recuerdos.
Siempre se teme algo peor de lo que es en realidad, porque en ello toma parte la imaginación. Aun la muerte es menos terrible de lo que se pinta.
¡Cosa extraña y que sin embargo es perfectamente lógica! A los célibes por fuerza les gusta rodearse de objetos inútiles. Los frailes y las monjas hacen flores artificiales que guardan bajo cristales sin aplicarlas a fin alguno, y fabrican frutas de cera y fruslerías que para nada sirven.
Los que más ladran son los primeros y los que más adulan.
La expresión muy tarde es el mayor enemigo del arte de gobernar y señal cierta de debilidad.
Desgraciada la mujer a quien sólo alaban las personas de su sexo: preciso es que sea fastidiosa o tonta.
Una mujer en la que las otras encuentran mucho que criticar debe tener gran mérito.
Después de la acusación de tontera, la mayor que puede dirigirse contra los potentados es la de debilidad.
Los libros son el alimento del alma, pero por eso con ellos se pueden producir indigestiones morales. Si alguno me sostiene que comprende un sistema filosófico y que se entusiasma por él, me enfada y me hace formar mala opinión de su sentido práctico y de su amor a la verdad.
La ambición es como el aeronauta. Hasta cierto punto la ascensión es agradable y hace gozar de una vista espléndida y de un panorama inmenso. Pero cuando se sube más, sobreviene el vértigo, la vista no alcanza a ver sino brumas confusas, el aire se enrarece y crece el riesgo de dar una gran caída y de romperse la nuca.
Nada hay más chocante que una mujer muy acicalada, rezando su rosario.
Los que se llaman ateos no suprimen a Dios sino porque les incomoda y turba sus conciencias.
Humillarse y dominar son las dos ocupaciones del hombre en sociedad: ni la una ni la otra dan libertad o independencia, bienes que solamente se encuentran en la soledad, lejos de la especie humana.