Thursday, February 26, 2009





Pianista y dramaturgo, desencantado y arrogante, a menudo genial, Carlos Díaz Dufoo hijo profesó la elegancia de lo elusivo, la estética de la desaparición, a través del pesimismo, pese a lo cual ha sido ubicado como parte de un grupo, la llamada "Generación perdida mexicana", integrada por Julio Torri, Xavier de Icaza y Mariano Silva y Aceves. Nació y se suicidó en la ciudad de México (1888-1932). Alfonso Reyes editó por primera vez en 1927, en París, esta breve obra maestra que reúne aforismos, estampas de humor retorcido y diálogos, y en la que se advierte, como quizás en ningún otro autor mexicano, la presencia de los presocráticos y de Nietzsche. Hasta donde sabemos, no existe ninguna fotografía donde aparezca el rostro de quien fue alguna vez llamado "el aforista desconocido". Con esta nueva edición, Tumbona Ediciones invoca al fantasma del más elusivo de los escritores mexicanos (uno de nuestros pocos radicales en medio de un panorama más bien convencional), para que las nuevas generaciones, que jamás han oído hablar de él, se encuentren con sus fragmentos fugitivos, escarnededores, geniales. Aquí algunas astillas:


Comenzó una vez y luego volvió a comenzar. Comenzó de nuevo, comenzó en mil ocasiones, comenzó siempre. Cuando otros llegaban él comenzaba. No llegó nunca. —Seguir no es la consecuencia de comenzar. Seguir es una obligada perspectiva humana. Se comienza dentro de sí, se sigue afuera.


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Es humilde y laborioso. Cree que, a la larga, el discípulo es maestro. Representa, en el tiempo, la teoría baconiana del genio. En el espacio, el problema de Aquiles y la tortuga.


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En su trágica desesperación arrancaba, brutalmente, los pelos de su peluca.


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Lee con sabia lentitud, con exasperación dionisiaca, con alma de prosélito y con espíritu de enemigo. Lee de continuo para buscar complemento a su vida y para prolongar en ella sus lecturas.


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Regalaba, generosamente, las ideas ajenas.


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Inmortalidad

Sin apetitos, sin deseos, sin dudas, sin esperanzas, sin amor y sin odio, tirando a un lado del camino, mira pasar, eternamente las horas vacías.



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Cuidadosamente rodeado de ideas prudentes, inaccesible a los excesos, escudado por la dura barrera de las teorías mediocres, dicta, burocráticamente, opiniones definitivas.