TUMBONA EDICIONES:
HISTORIA DE UN MALESTAR
(Y ALGUNOS REMEDIOS CASEROS)
"Pienso poner bombas mentales en todas las casas de todos esos canallas
que están destruyendo la literatura, de todos esos hombres de negocios
que editan libros, de todos esos directores de departamento, líderes del
mercado, equilibristas del marketing, licenciados de economía…"
El germen de Tumbona Ediciones se remonta a finales de los años noventa, cuando comenzamos a regresar a casa con las manos vacías, después de haber recorrido las tres o cuatro librerías que sobrevivían en la ciudad de México, en busca de una serie de libros que parecían haberse esfumado de los estantes. Se trataba de libros clásicos y autores contemporáneos, nada demasiado sofisticado, que sin embargo ya no se encontraban por ninguna parte. El criterio del supermercado, según el cual los libros duran en exhibición poco más que el queso y poco menos que el yogurt, había llegado para quedarse. Si milagrosamente descubríamos algo, se trataba casi siempre de un libro importado de España con precio impagable. Nos irritaba cada vez más esa contradicción entre la prisa del mercado y la lentitud esencial del libro, una contradicción que anunciaba cosas terribles, como la era de la guillotina, un tipo de violencia ejercida contra los libros que no se venden a tiempo, convirtiéndolos en objetos perecederos, contrarios a su naturaleza.
Nos inquietaba la guillotina y muchas otras cosas más, como la uniformidad de las mesas de novedades —esa uniformidad que apenas se distinguía de la aburrida normalidad de la vida diaria, la publicidad y la televisión—, donde circulaban sólo nombres consabidos, títulos probados, temas coyunturales y toda esa avalancha de literatura exitosa, competitiva, egocéntrica, comercial y orientada al consumo, toda esa literatura sexy social climbing fantastic, que parecía haberse domesticado por completo, declinando para siempre al peligro. Convertida en una industria, tan salvaje como cualquier otra, la edición en México y el mundo entero estaba siendo devorada por eso que Kundera llamó alguna vez “las termitas de la reducción”, es decir, la forma en que los medios unifican la cultura en su nivel más bajo.
Desde hace algunos meses los reporteros nos preguntan con insistencia por qué si veíamos la cosa tan negra decidimos fundar una editorial. “Precisamente por eso”, respondemos siempre. El nubarrón que se cernía sobre nosotros, sobre el país entero, hacía necesario entrar en acción. Al menos eso entendimos al volver de Buenos Aires, en enero del 2005, a donde habíamos viajado Luigi Amara y yo huyendo de la farándula del libro y en busca del talante ácido, rebelde, arriesgado, del porteño postcorralito. El panorama que encontramos era tan diferente, que al llegar ahí hasta la basura que se acumulaba en sus calles (había una huelga municipal) nos pareció atractiva. En Buenos Aires había más librerías, mejor cine nacional, más literatura (proliferante, incisiva, vigorosa), menos glamour de por medio. Ahí la cultura no parecía un objeto de lujo en disputa ni una carrera burocrática ni un desierto mediatizado. Ahí la literatura te saltaba encima como las moscas, o sea, como algo natural y ligeramente incómodo y perturbador. Lo más sorprendente era que en medio de una de las peores crisis de su historia, los editores independientes, esos “nuevos insumisos” como los llama Herralde en El último de los mohicanos, se reproducían por todas partes. Descubrimos los libros de la Cartonera y los de La Marca Editora que había puesto en circulación toda una serie de autores ácratas y títulos en defensa del ocio, que serían claves en nuestra concepción posterior de la Tumbona. Leíamos en los parques y en los cafés y en la librerías, comprábamos libros a montón, nos dedicábamos a la vagancia. ¡Teníamos tanto tiempo y tan poco dinero! Así debería ser la vida, pensamos, simple, barata, ociosa, con tiempo para ser uno mismo.
Al regresar a México, llenos de entusiasmo insensato, renunciamos a nuestros trabajos y creamos la editorial junto con los miembros del taller gráfico Éramos Tantos, Manuel y Christian Cañibe (quien poco después renunció también a su trabajo). Más tarde se sumaron María Virginia Jaua (otra desertora del yugo laboral), que hacía tiempo había creado su propia editorial de libros objeto, Ediciones El Sombrero, y el tipógrafo y diseñador Leonardo Vázquez (a quien hostigamos todos los días, con poco éxito, para que renuncie a su trabajo…) Por último, la complicidad y experiencia de Paola Tinoco se sumaron a nuestra insensatez, para despabilarnos un poco. Nuestra única certeza era que hacía falta una editorial con un espíritu abiertamente insubordinado, que respondiera al estancamiento que percibíamos como un peligroso estado de ánimo general. No teníamos nada que perder, así que podíamos arriesgarlo todo. Deseábamos recuperar el placer gratuito de la lectura, esa actividad azarosa, inconstante, ociosa y creativa, que comienza en la cama y se prolonga en el sillón, la hamaca o, para llegar rápidamente al nombre de nuestra editorial, la tumbona. (Aquí aprovecho para responder a una de las preguntas más frecuentes de nuestros lectores: ¿qué demonios es una tumbona? ¿Una veracruzana con caderas voluptuosas? ¿Una madriza? ¿Una banda de pueblo con retintín? Nada de eso. Tumbona es una silla extensible y articulada, que pude disponerse en forma de canapé, es decir, de forma cuasi horizontal, la posición perfecta para la lectura, la contemplación del paisaje o de uno mismo.) Desde entonces, nuestro propósito ha sido crear un lugar que dé hospitalidad y circulación a los géneros más desatendidos por las grandes corporaciones, géneros como el cuento, el ensayo literario, el libro paródico o inclasificable, el aforismo, que por las ciegas leyes del mercado habían quedado al margen o en la sombra de un cajón y, en cualquier caso, lejos de los lectores. También nos interesa rescatar aquellos libros que permanecen en los sótanos de la tradición y, al mismo tiempo, publicar, en la medida de nuestras (precarias) posibilidades, a los autores inéditos que se encuentran al margen de las modas y las expectativas de los grandes grupos. Libros con espíritu heterodoxo e irreverente, libros con vitalidad estética y riesgo intelectual, libros impuros que puedan ir de un lado a otro de las ramificaciones culturales, esos son también los libros que buscamos. Después de todo, tumbarse a leer, a contemplar, a no hacer nada, es ya casi la única forma de sobrevivir a los embates del marketing y su caída libre hacia el abismo sin fondo de la estupidez.
HISTORIA DE UN MALESTAR
(Y ALGUNOS REMEDIOS CASEROS)
"Pienso poner bombas mentales en todas las casas de todos esos canallas
que están destruyendo la literatura, de todos esos hombres de negocios
que editan libros, de todos esos directores de departamento, líderes del
mercado, equilibristas del marketing, licenciados de economía…"
Enrique Vila-Matas
Vivimos en un periodo de descomposición y desconcierto, un periodo de aguas revueltas y generalmente sucias, dominadas por el abuso inmoral del espectáculo, el culto histérico hacia el dinero y el éxito, la conversión de la existencia en mercancía, la propagación de la violencia y el miedo. No es extraño que ese deterioro se haya filtrado finalmente hasta los cimientos de la cultura, que se transforma poco a poco en una industria de éxitos gratuitos y contenidos chatarra. En medio del desordenado bullicio de la vida actual un grupo de escritores, editores, cineastas y diseñadores mexicanos se ha amotinado alrededor de una cooperativa (es decir, de una estructura horizontal, desjerarquizada y a menudo caótica) para mostrar activamente su descontento, una inconformidad creciente que se resume en la consigna, poco presentable en el banquete global de la productividad, de “El derecho universal a la pereza”. Sin oficinas, sin chocadores de tarjeta, sin accionistas, sin horarios, sin director editorial, y, presumiblemente, sin dinero, Tumbona Ediciones surgió hace dos años con la intención más o menos chiflada de transformar las viejas estrategias de producción y difusión editorial —cada vez más inoperantes en nuestro país, ya sea por el anquilosamiento de sus formas o por el dominio aplastante de los medios masivos— a través de una serie de estrategias ingeniosas y provocadoras, cuya finalidad es hacer de los libros objetos lúdicos, críticos, próximos, explosivos y, sobre todo, repelentes a las imposiciones de la moda o las necesidades del mercado. Es probable que este pequeño grupo, tan celoso de su autonomía, haya llegado a la defensa militante del ocio precisamente por exceso de trabajo y que Tumbona Ediciones no sea más que la última fase de un prolongado malestar frente a la machacona, y ya francamente insoportable, cantaleta neoliberal. Y es que sólo un gran malestar y una profunda desesperación podrían orillar a un grupo de artistas diversos a sacrificar el tiempo siempre amenazado de la creación, para aventurarse en esa empresa temeraria, y acaso suicida, de la edición independiente en México. Esta es, en parte, la historia de ese malestar, pero también la historia de las tácticas que hemos inventado para proponer una realidad distinta, al menos en el terreno de la edición, desde la realidad empobrecida que prevalece en nuestro país.
Vivimos en un periodo de descomposición y desconcierto, un periodo de aguas revueltas y generalmente sucias, dominadas por el abuso inmoral del espectáculo, el culto histérico hacia el dinero y el éxito, la conversión de la existencia en mercancía, la propagación de la violencia y el miedo. No es extraño que ese deterioro se haya filtrado finalmente hasta los cimientos de la cultura, que se transforma poco a poco en una industria de éxitos gratuitos y contenidos chatarra. En medio del desordenado bullicio de la vida actual un grupo de escritores, editores, cineastas y diseñadores mexicanos se ha amotinado alrededor de una cooperativa (es decir, de una estructura horizontal, desjerarquizada y a menudo caótica) para mostrar activamente su descontento, una inconformidad creciente que se resume en la consigna, poco presentable en el banquete global de la productividad, de “El derecho universal a la pereza”. Sin oficinas, sin chocadores de tarjeta, sin accionistas, sin horarios, sin director editorial, y, presumiblemente, sin dinero, Tumbona Ediciones surgió hace dos años con la intención más o menos chiflada de transformar las viejas estrategias de producción y difusión editorial —cada vez más inoperantes en nuestro país, ya sea por el anquilosamiento de sus formas o por el dominio aplastante de los medios masivos— a través de una serie de estrategias ingeniosas y provocadoras, cuya finalidad es hacer de los libros objetos lúdicos, críticos, próximos, explosivos y, sobre todo, repelentes a las imposiciones de la moda o las necesidades del mercado. Es probable que este pequeño grupo, tan celoso de su autonomía, haya llegado a la defensa militante del ocio precisamente por exceso de trabajo y que Tumbona Ediciones no sea más que la última fase de un prolongado malestar frente a la machacona, y ya francamente insoportable, cantaleta neoliberal. Y es que sólo un gran malestar y una profunda desesperación podrían orillar a un grupo de artistas diversos a sacrificar el tiempo siempre amenazado de la creación, para aventurarse en esa empresa temeraria, y acaso suicida, de la edición independiente en México. Esta es, en parte, la historia de ese malestar, pero también la historia de las tácticas que hemos inventado para proponer una realidad distinta, al menos en el terreno de la edición, desde la realidad empobrecida que prevalece en nuestro país.
El germen de Tumbona Ediciones se remonta a finales de los años noventa, cuando comenzamos a regresar a casa con las manos vacías, después de haber recorrido las tres o cuatro librerías que sobrevivían en la ciudad de México, en busca de una serie de libros que parecían haberse esfumado de los estantes. Se trataba de libros clásicos y autores contemporáneos, nada demasiado sofisticado, que sin embargo ya no se encontraban por ninguna parte. El criterio del supermercado, según el cual los libros duran en exhibición poco más que el queso y poco menos que el yogurt, había llegado para quedarse. Si milagrosamente descubríamos algo, se trataba casi siempre de un libro importado de España con precio impagable. Nos irritaba cada vez más esa contradicción entre la prisa del mercado y la lentitud esencial del libro, una contradicción que anunciaba cosas terribles, como la era de la guillotina, un tipo de violencia ejercida contra los libros que no se venden a tiempo, convirtiéndolos en objetos perecederos, contrarios a su naturaleza.
Nos inquietaba la guillotina y muchas otras cosas más, como la uniformidad de las mesas de novedades —esa uniformidad que apenas se distinguía de la aburrida normalidad de la vida diaria, la publicidad y la televisión—, donde circulaban sólo nombres consabidos, títulos probados, temas coyunturales y toda esa avalancha de literatura exitosa, competitiva, egocéntrica, comercial y orientada al consumo, toda esa literatura sexy social climbing fantastic, que parecía haberse domesticado por completo, declinando para siempre al peligro. Convertida en una industria, tan salvaje como cualquier otra, la edición en México y el mundo entero estaba siendo devorada por eso que Kundera llamó alguna vez “las termitas de la reducción”, es decir, la forma en que los medios unifican la cultura en su nivel más bajo.
Desde hace algunos meses los reporteros nos preguntan con insistencia por qué si veíamos la cosa tan negra decidimos fundar una editorial. “Precisamente por eso”, respondemos siempre. El nubarrón que se cernía sobre nosotros, sobre el país entero, hacía necesario entrar en acción. Al menos eso entendimos al volver de Buenos Aires, en enero del 2005, a donde habíamos viajado Luigi Amara y yo huyendo de la farándula del libro y en busca del talante ácido, rebelde, arriesgado, del porteño postcorralito. El panorama que encontramos era tan diferente, que al llegar ahí hasta la basura que se acumulaba en sus calles (había una huelga municipal) nos pareció atractiva. En Buenos Aires había más librerías, mejor cine nacional, más literatura (proliferante, incisiva, vigorosa), menos glamour de por medio. Ahí la cultura no parecía un objeto de lujo en disputa ni una carrera burocrática ni un desierto mediatizado. Ahí la literatura te saltaba encima como las moscas, o sea, como algo natural y ligeramente incómodo y perturbador. Lo más sorprendente era que en medio de una de las peores crisis de su historia, los editores independientes, esos “nuevos insumisos” como los llama Herralde en El último de los mohicanos, se reproducían por todas partes. Descubrimos los libros de la Cartonera y los de La Marca Editora que había puesto en circulación toda una serie de autores ácratas y títulos en defensa del ocio, que serían claves en nuestra concepción posterior de la Tumbona. Leíamos en los parques y en los cafés y en la librerías, comprábamos libros a montón, nos dedicábamos a la vagancia. ¡Teníamos tanto tiempo y tan poco dinero! Así debería ser la vida, pensamos, simple, barata, ociosa, con tiempo para ser uno mismo.
Al regresar a México, llenos de entusiasmo insensato, renunciamos a nuestros trabajos y creamos la editorial junto con los miembros del taller gráfico Éramos Tantos, Manuel y Christian Cañibe (quien poco después renunció también a su trabajo). Más tarde se sumaron María Virginia Jaua (otra desertora del yugo laboral), que hacía tiempo había creado su propia editorial de libros objeto, Ediciones El Sombrero, y el tipógrafo y diseñador Leonardo Vázquez (a quien hostigamos todos los días, con poco éxito, para que renuncie a su trabajo…) Por último, la complicidad y experiencia de Paola Tinoco se sumaron a nuestra insensatez, para despabilarnos un poco. Nuestra única certeza era que hacía falta una editorial con un espíritu abiertamente insubordinado, que respondiera al estancamiento que percibíamos como un peligroso estado de ánimo general. No teníamos nada que perder, así que podíamos arriesgarlo todo. Deseábamos recuperar el placer gratuito de la lectura, esa actividad azarosa, inconstante, ociosa y creativa, que comienza en la cama y se prolonga en el sillón, la hamaca o, para llegar rápidamente al nombre de nuestra editorial, la tumbona. (Aquí aprovecho para responder a una de las preguntas más frecuentes de nuestros lectores: ¿qué demonios es una tumbona? ¿Una veracruzana con caderas voluptuosas? ¿Una madriza? ¿Una banda de pueblo con retintín? Nada de eso. Tumbona es una silla extensible y articulada, que pude disponerse en forma de canapé, es decir, de forma cuasi horizontal, la posición perfecta para la lectura, la contemplación del paisaje o de uno mismo.) Desde entonces, nuestro propósito ha sido crear un lugar que dé hospitalidad y circulación a los géneros más desatendidos por las grandes corporaciones, géneros como el cuento, el ensayo literario, el libro paródico o inclasificable, el aforismo, que por las ciegas leyes del mercado habían quedado al margen o en la sombra de un cajón y, en cualquier caso, lejos de los lectores. También nos interesa rescatar aquellos libros que permanecen en los sótanos de la tradición y, al mismo tiempo, publicar, en la medida de nuestras (precarias) posibilidades, a los autores inéditos que se encuentran al margen de las modas y las expectativas de los grandes grupos. Libros con espíritu heterodoxo e irreverente, libros con vitalidad estética y riesgo intelectual, libros impuros que puedan ir de un lado a otro de las ramificaciones culturales, esos son también los libros que buscamos. Después de todo, tumbarse a leer, a contemplar, a no hacer nada, es ya casi la única forma de sobrevivir a los embates del marketing y su caída libre hacia el abismo sin fondo de la estupidez.
VA
1 Comments:
Su propuesta esta chida, de huevos. pero, ¿hay relacion con los del sexto piso? o ¿en que difieren de ellos? ¿pues tambien pensaban en suidarse, o no? Asi como los secuaces de Ayala empezaron con l'impuro folle de Calasso y lo(o los) elogio con un inedito a nivel mundial(las ninfas), para ustedes espero que sean les nuits de Paris, su amuleto. Pero esta vez cabrones, de favor(pa' toda la banda que no sabemos mas que leer español...nos esforzaremos despues), editen cada cojida,chaqueta, todo el vouyerismo de Retif, y no fragmentos(aunque les salio bien)(los del sexto piso se tomaron la molestia de traernos a casi todo Musil). Espero que en su catalogo veamos a escritores gringos nuevos, pues casi nadie los edita, y no los conocemos. Y por favor, asi como usan el ocio para buenos proyectos; hagan del mismo para mediar por una lectura mas pauperrima.
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