Tuesday, April 13, 2010

TUMBONA EDICIONES en Culiacán



La cita es a las 5.30pm ¡Saluk!

Saturday, April 10, 2010

¡YA ESTÁ EN LIBRERÍAS!
Las encías de la azafata
de José Israel Carranza





El ensayo, que lleva ya muchos años confundido entre el rigor de la academia y la prisa del maquinazo, vuelve en este libro a ser lo que era: meditaciones dispersas, elásticas, breves, con las que el autor da un rodeo para dibujar su retrato. Esbozos de un libro que no se decide a comenzar, digresiones que no tienen la menor intención de concluir, a cada párrafo uno es testigo de la retorcida compasión que cabe dentro de la burla de uno mismo.

Ante el incesante acoso de las vidas excepcionales, de los alardes disfrazados de biografía, queda el refugio de la autoexploración modesta, de las manías comentadas con desenfado y escarnio. En Las encías de la azafata, José Israel Carranza retoma el arte en desuso de poner la pluma en la llaga y exponerse, no en busca de una extendida pedagogía, sino del deleite verbal que implica dar a las obsesiones propias el lugar que se merecen.

Desde la complicidad del jugador de billar enamorado de su taco hasta el estira y afloja del fumador convencido de su vicio; desde la voz de la Pantera Rosa hasta las notas de un diario que no llegan a terminarse en obra terminada, Las encías de la azafata es un ejemplo de cómo la introspección puede ser una actividad de lo más extrovertida.

El autor

A José Israel Carranza (Guadalajara, 1972) le revientan las fichas biográficas, pues las señas que aparecen de sí mismo (que es ensayista, editor, profesor de literatura y columnista periodístico) le recuerdan cuán insensatamente va alejándose de lo que más bien le gustaría ser en la vida: taxista. Tiene publicados varios libros de cuento y uno de ensayo (dos con éste), todos casi inencontrables, y una ya considerable colección de artículos en los que básicamente se dedica a maldecir por lo que no le parece (que es casi todo). Cuando esto se publique, estará leyendo a Sebald, a Wodehouse, a Lobo Antunes o a Bustos Domecq, y si ahora trae a cuento tales nombres (o cualesquiera otros de parecido tonelaje), es sólo para enfatizar su convicción de que condescender a toda publicación es, por principio, un acto de irresponsabilidad.